Tengo mala memoria para asuntos del pasado, pero hay algo que nunca olvidaré. Yo tendría apenas 8 años y estaba en una habitación de hospital. Estábamos varios miembros de la familia. Todos alrededor de una cuna en la que descansaba mi hermana, con apenas un par de días. Los mayores discutían el futuro nombre de la niña mientras, como ya era costumbre, yo estaba absorta en mis propios pensamientos mientras la observaba a ella; tan diminuta, tan ajena al exterior, recubierta de sus ropajes de recién nacida.

Entonces escuché: "África, vamos a llamarla como su tía y madrina". "África", ese nombre consiguió sacarme de mi mundo para proclamar con toda mi fuerza que mi hermanita no podía llamarse así, que en el colegio todos se reirían de ella, que era un nombre horrible para una niña. Pero, como suele ocurrir, mis padres no escucharon las plegarias de su hija refunfuñona de 8 años. Y unos meses después bautizaron a ese bebé como María de África. Y como suele ocurrir, los padres, una vez más, tenían razón.
Y resultó que África es el nombre perfecto para ella. Después de un periodo de adaptación en el cole, ese nombre, que evocaba a un continente que rebosa fuerza y vida, no podía ser más adecuado para ella.
Sí. África, el continente, a pesar de los estereotipos y las etiquetas, es tierra de
luz y vida. De sonrisas, amabilidad, esperanza y espera. A veces extrema y dura pero, por encima de todo, bondadosa y generosa. Y justamente así es ella, mi hermana. Protectora y entregada con los suyos. Siempre buscando la sonrisa en el rostro de aquellos a quien quiere y que la quieren. Fuerte. Tremendamente fuerte, como haciendo un corte de mangas a un físico que de niña le daba un aspecto de gran fragilidad. Sincera y directa. A veces indecisa y taciturna. Y bonita por dentro y por fuera. Con una de esas almas a las que es un placer asomarse. Sencilla por fuera, compleja en sus entrañas. Esa mezcla equilibrada de dotes, defectos, valores y virtudes que la convierten en un ser humano que ilumina en un mundo donde cada día hay menos personas capaces de transcender de sus propias necesidades y caprichos para ayudar al semejante.
Y a mí, entre otras, me tocó esa suerte. No solo que África fuera mi hermana sino que, con el paso de los años, se convirtiera en mi amiga. Esa persona con la que poder pensar en voz alta y comunicarme con una mirada. Y es que, aunque suene a tópico, ella siempre está. Incluso cuando media la distancia.
En lo bueno, en lo malo y en lo peor. ¿Fácil? No, no lo es. Tengo los suficientes años y experiencia como para saber que debo sentirme contenta, afortunada y bendecida por poder contar con ella. Dicen que los amigos son la familia que se elige. Y ella es las dos cosas; la impuesta y la elegida.
Hace muchos años alguien me dijo que hay sentimientos que las palabras nunca podrán expresar demasiado bien. Y quizás eso es lo que yo siento en estos momentos, incapacidad para transmitir lo que ella significa en mi vida. Mis raíces, mi muro de contención, mis alas, mis ojos, mi cordura y mi locura. Mi fuerza, mi calma. Esperanza y paciencia. Apoyo y resorte. África, mi hermana, es un poco de todo aquello que necesito para seguir adelante. En lo bueno, en lo malo y en lo peor.
Podría decirse que tras una etapa triste, en la que nos sentimos abandonadas por muchos y confortadas por pocos, ella siempre estuvo allí. Aparentando fortaleza cuando yo me caía. Acompañándome cuando yo ya creía no poder más, confortándome y haciéndome sentir que, pasara lo que pasara, no estaría sola. Y últimamente, cuando tanto dolor y ausencia parecen haber sustituído a la alegría... Ahí está ella, recordándome mis sueños y zurciendo mis alas. Animándome a emprender el vuelo hacia el reencuentro con las ilusiones olvidadas. Martin Luther King dijo que s
i ayudaba a una sola persona a tener esperanza, no habría vivido en vano. Pues eso es, entre otras muchas cosas, lo que ella hace; mostrarme ese camino y recordarme que es posible. Posible.
Y bueno, hoy es su cumpleaños. Y quería felicitarla. Y me ha salido esta tremenda parrafada que, insisto, no expresará demasiado bien lo que siento por ella. África, eres grande y única. Te quiero. Y no tengo palabras para agradecerte todo lo que representas para mí.
África, seguro quedan más llantos e incertidumbres por vivir, pero también más risas, más confidencias, más viajes, más países, más ilusiones. Una frontera más. Una risa más. Un sueño más. Quien sabe, una nueva aventura en camello o en caballo. Quizás un nuevo rescate en el mar, nuevos amaneceres con los ojos semiabiertos, playas de ensueño, volcanes furiosos, barrancos de vértigo, un baño eterno al final de la calle 7. Más mosquitos, cucarachas y flores. Más música, más sol, más paz. Un poco de todo. Y más...
¡GRACIAS! ¡TE QUIERO MUCHO!